Ser adolescente no es fácil. Nunca lo ha sido y hoy lo es menos que nunca. Hay un contexto complejo: La educación mexicana está en crisis, no existen inversiones que generen empleos suficientes y bien remunerados, a esto debemos sumar que la adolescencia en sí misma es una etapa de muchos cambios críticos (sólo superada por el nacimiento) y agregar, por si fuera poco, los errores que cómo padres cometemos en el momento de interactuar con nuestros hijos.

A adolescente le importa, y mucho, su autoestima. Quiere sentirse reconocido como alguien importante, valorado como un ser con cualidades, confirmado, es decir, aceptado incondicionalmente. Hay dos grupos de los que espera dicha actitud: de sus amigos y de su familia, especialmente sus padres. 

No siempre los padres logramos transmitir un mensaje aprobatorio hacia nuestros adolescentes. Fácilmente caemos en sus provocaciones: se niegan a asumir obligaciones, se duermen tarde, no se quieren levantar en la mañana para ir a la escuela, pelean con sus hermanos, retan tu autoridad, salen con amigos que son, desde tu perspectiva, inadecuados.

La autoestima adecuada no emerge cuando los sermoneas o los aconsejas, ni las buenas intenciones bastan. La autoestima surge del autodescubrimiento. Esto no quiere decir que dependa enteramente de ellos. Los adultos debemos facilitar este proceso. Se hace con procesos de reflexión, de amor profundo, con manifestaciones adecuadas de las emociones. La mayoría de los adultos no hemos aprendido a conducirnos pertinentemente con nuestros hijos adolescentes.

El gran problema de los jóvenes (utilizado como sinónimo de adolescente) es alcanzar o no la madurez, la cual se logra cuando se resuelven los conflictos con los padres. Cuando se aprende que los padres son lo que son y se les ama sin pretender cambiarlos o sin quejarse de su conducta.

Cuando un padre se comunica adecuadamente con su hijo se dan las siguientes características: Se acepta que la comunicación asertivamente, el mensaje que se envía verbalmente es el mismo que el que se envía con el cuerpo y la conducta. Se escuchan, esperan turno para hablar, se permiten los desacuerdos sin que esto afecte la relación, se aceptan jerarquías.

Por el contrario las comunicaciones enfermizas tienen las siguientes características: la comunicación se rechaza, se usan sarcasmos, ironías o cantinfleos. Hay interrupciones y se culpa al otro de que las cosas vayan mal. Se dan los mensajes dobles y contradictorios, se dice una cosa verbalmente y otra conductual o corporalmente. Se valen de juegos patológicos para manipular al otro. Se da la lucha por el poder.

Otro punto a tomar en cuenta en este periodo de vida es la resiliencia, la cual definiremos como la capacidad que tenemos los seres humanos para asimilar los procesos negativos para convertirlos en aprendizajes de vida que nos permitan la autorrealización. Es decir, ante las vivencias desagradables que hemos vivido todos, no optamos por la lamentación, la depresión, el rencor y el deseo de venganza. Decidimos, eso sí, que estas experiencias, por muy negativas que sean, nos enseñan algo que podemos aprovechar para crecer.

La resiliencia se puede enseñar. Terapéuticamente se logra mediante el proceso de resignifcación de experiencias. Se rescata lo positivo de las personas importantes de nuestras vidas, se elimina aquello que no nos sirve y convertimos en recursos y herramientas aquello que no fue tan bueno o, definitivamente, fue una experiencia negativa.

Un tema más a abordar con adolescentes es el de la sexualidad. Un tema que está en todas partes. Está en sus conversaciones, en sus mentes, en internet, en sus celulares. La escuela les habla desde lo anatómico y lo fisiológico pero no desde lo erótico-afectivo.

Es pertinente que los jóvenes se descubran, se conozcan. Que sepan ponerle límites, en este terreno, a otros jóvenes y a los adultos que pretenden aprovecharse de su inexperiencia.

Concluyendo, el éxito personal y social del adolescente depende, en gran parte, de adultos responsables y capaces que sepan acompañarlos en su tránsito por esta etapa llena de energía pero también de posibilidades de fracaso.